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Sociedades gastronómicas

  Las “sociedades gastronómicas” tal vez sean una de las particularidades más agradables e interesantes del País Vasco, aunque también, por su carácter “cerrado”, una de las menos conocidas para el gran público, ya que hay que ser miembro o, al menos, amigo de un miembro para poder entrar en una de ellas. Permitidme por tanto acercaros con estas líneas a lo que son y a cómo son y os dejo a vosotros la tarea de visitar una y disfrutarla.

Instalaciones austeras


  De entrada, físicamente, y aunque las hay de diversos tamaños, todas suelen responder a la siguiente formula: un salón escasamente decorado –si acaso alguna foto o el emblema de la sociedad- ocupado por una serie de largas mesas y bancos corridos y, al fondo, una enorme cocina como la de un pequeño restaurante, en la que se encuentra todo lo que una persona puede necesitar para cocinar, es decir, sartenes, ollas, perolas varias, cuchillos, aceite y sal. Ah, claro, que no falte en Euskadi, un mueble-bar generosamente abastecido de toda suerte de bebidas espirituosas, sidra, chacolí y cerveza, además de otros brebajes como las naranjadas, las gaseosas o los refrescos de cola.

Sistema y tipos


  El sistema de las sociedades es el siguiente, se entra con la comida comprada fuera, se prepara en la cocina, y se come en el salón anexo. Así de sencillo. Se bebe al gusto del consumidor, y una vez se termina la pitanza, se rellena una nota con los gastos ocasionados –las botellas que se han consumido- y se dejan todos los platos sucios en el fregadero a la espera de que, a la mañana siguiente, una señora de la limpieza –dicho en género neutro- pase a dejarlo todo como aquel mayordomo del algodón. Como correctamente supondréis es un plan muy barato, baratísimo comparado con los precios de la hostelería local, ya que pagas lo mismo que si invitas a los amigos a cenar a casa pero sin tener que emplear luego dos meses en limpiarla toda.

  Existen diversos tipos de sociedades, las hay gremiales, es decir, la de “ingenieros”, la de “fontaneros”, las hay pertenecientes a clubes o sociedades, la del “club de golf”, la del “club de montañeros”, las hay políticas, la del “batzoki”, la de la “casa del pueblo”, y las hay privadas, de “amigos” por decirlo de alguna manera, que son las más corrientes, y en las que se ingresa conociendo a algún miembro o, si suena la flauta por casualidad, si solicitamos ser admitidos en un momento en el que hay una vacante –cosa rara-. En fin, que son, más o menos, como un club social.

  Una vez convertidos ya en miembros de una de estas sociedades, lo que deberemos hacer para seguir perteneciendo a la misma es abonar una cuota mensual –nunca muy exagerada- y respetar las normas. Luego ya, cuando deseemos organizar un ágape, lo que habremos de hacer es avisar al resto de miembros de que queremos una mesa para tal día y si nadie tiene la antedicha reservada, nuestra es y a disfrutar.

  La gran particularidad de estas sociedades es que son únicamente gastronómicas, es decir, a ellas se va a comer y, claro, a cocinar. A disfrutar cocinando. Si nos gusta más comer a mesa y mantel, lo que debemos hacer es ir a un restaurante. A las sociedades se va a preparar la comida con los amigos, a cocinar entre todos y a aprender del resto. De ahí el tamaño de la cocina, ya que en ella deben caber los cocineros –dos o tres por cuadrilla- de cada cuadrilla asistente.

  ¿Cuántas cuadrillas caben en una sociedad?. Sencillo, tantas como quepan en las mesas largas destinadas a acogerles. ¿Y si un día siete cuadrillas quieren ir a una sociedad con tres mesas? Para eso precisamente se reserva con tiempo, pra evitar exceso de aforo.

  ¿Y quienes cocinan? Pues aquellos a los que más les gusta cocinar y aquellos que mejor lo hacen. Podríamos decir que las cuadrillas tienen tres grupos de miembros respecto a esta función: los que, como yo, cocinamos porque disfrutamos y porque además nos sale muy bien, los que prefieren poner la mesa o desmigar la txaka (palitos de cangrejo) y los que nunca dan ni golpe pero siempre están diciendo a los demás lo que deben hacer...

  A los cocineros se les distingue porque llevan con orgullo un delantal blanco y tienen siempre un ojo puesto en el plato que esta cocinando el de al lado para ver si aprenden algo. Como podréis imaginar, cuando “el de al lado” es un cocinero de verdad, de esos que se ganan su soldada sirviendo entre los fogones de un restaurante, hay fiesta mayor, ya que en una noche puedes aprender latín –gastronómicamente hablando-. De hecho, alguna recetilla de esas que han elevado a los altares a maestros como Arzak se han fraguado en la cocina de una sociedad.
 

Algo empieza a cambiar


  En principio, en las sociedades de toda la vida, a la cocina solo pueden entrar los hombres. La razón histórica puede estar en que era un lugar de esparcimiento y relajo en el que evadirse del secular matriarcado dominante en la sociedad vasca.

  Me alegro de que cada vez haya más sociedades en las que las mujeres puedan entrar a cocinar, pero, si he de ser sincero, ese ambiente masculino que se forja entre plato y plato, guisote y guisote, es, marinerías a parte, una gozada.

  Como ya os he dicho, y como ya habréis ido deduciendo, al tratarse de un sitio en el que hay que ser socio y al que solo van los socios y sus amigos, no es muy sencillo entrar sin conocer a nadie. De hecho, mucha gente que visita el País Vasco no se entera ni de que existen y menos aún de lo que se hace dentro. Aunque la verdad, entrar para ver es una bobada, ya que lo divertido no es verlas, sino vivirlas.

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